Resultaba difícil aguantarse las ganas de masticar el aceitoso y oscuro vegetal que nos había sido entregado, uno a cada uno. Pero creo que 25 años de casados es lo suficiente como para darse el lujo de comprar 1000 paltas y ordenar que te las arrojen con suavidad al entrar al recinto de la ceremonia. Después de todo, las Bodas de Palta sólo se celebran una vez en la vida, y son un hito importante en la historia flanmiliar. Después vienen las Bodas del mOro, donde ya es tradición repartir narices postizas y turbas de colores para todos.
Nota personal: El Tío Bruno siempre me advirtió:
"No jueges con la comida, te puede producir cirrosis ocular"
Pero nunca he sido muy asiduo a los peluches trasatlánticos, así que creo que - por ahora- ingoraré la advertencia. Es mejor. Además, no me quería perder estas Bodas de Palta. La verdad, me muero de hambre, y deseo con fervor que toda la gente lanze los frutos para poder recogerlos con el saco de harina vacío que tengo bajo el smoking verde. Y traje un pelador de The Open Market (as seen on TV), para no perder tiempo sacándo cáscaras que podría mascar con rabia. Hay que cuidar la próstata, por cierto.